20 junio 2012

Diana en el Jardín Martiano

 
Cada que vez que le contaba las historias de El Nicho, ella me miraba con unos ojos color azul incredulidad. Dudaba del desayuno de agua con azúcar caliente, de los aullidos de los perros jíbaros justo al final del albergue, del ruido de las piedras del río en lo más oscuro de la madrugada.
Aunque no podía evitar la cara de asco, tampoco me creía la historia del buey que dio un mal paso en el borde del abismo. Demoraron dos días en sacarlo del fondo de aquella furnia. Cuando su carne hervía en la cocina, el olor a podrido se coló en las aulas como una nube descarriada.
Creía que la tienda del pueblo de Charco Azul también era un invento mío, apenas un pretexto para bautizar a mi primer carro. Pero cuando estuvo delante de su portal en ruinas y le enseñé el muro donde nos sentábamos a comer tubos de pasta dental, tragó en seco y no volvió a decir que tenía hambre.
En 1980 esas persianas estaban tan deshechas como hoy. Por ellas se colaban los cuchillos que circulan en el aire del Escambray cuando llega el tiempo de frío. En ese piso de cemento que ahora está a la intemperie, dormí las noches más desprotegidas de mi vida.
Diana se fue delante, como si quisiera encontrarse con mi fantasma antes de que yo lo espantara. Volví a dar con ella en el Jardín Martiano. Tanto en junio como en enero, nadie cultiva allí rosas blancas. De las aulas salieron unos niños que debían tener el mismo tamaño que yo cuando estuve en su lugar.
La mañana no olía a buey podrido sino a mierda de caballo. En el papel de los perros jíbaros, encontramos un pequeño animal dócil y sediento. Diana no dijo una palabra durante todo el tiempo que recorrió la escuela de El Nicho. Intuyo que con su silencio quiso decir que por fin me creía.

7 comentarios:

Madelin Madrigal Borges dijo...

desgarrador pero muy familiar, creo que todos los cubanos tenemos historias parecidas

Juan Carlos Recio dijo...

Muy triste.

Alejandro Aguilar dijo...

Lo peor es que encima, muchos sienten nostalgia de aquellos tiempos. Virtud del ser humano: borrar del recuerdo las cosas tristes.

Anónimo dijo...

Y eso que no la montaste en una guarandinga en día de lluvia para que además supiera las veces que tu vida corrió peligro, sólo porque a un loco se le ocurrió la brillante idea de abrir esa escuela en medio del monte. Muy bueno tu escrito. Soy de esa zona y sé de lo que hablas.
Saludos.

Anónimo dijo...

YO QUE PENSABA QUE ME IBA A MORIR SIN VER A CAMILO VENEGAS ENAMORADO DE VERDAD... ESTAS MANSO MANSO... LO VEO Y NO LO CREO... HAY QUE VER DE QUE ESTA HECHA ESA CUBANITA... DIAAAAAAACHE....

Anónimo dijo...

CABALLERO DEJEN A ESE HOMBRE TRANQUILO UQE ESTA COGIO HASTA LA PARED DE ENFRENTE. PERO NA LOS TEXTICULOS LE QUEDAN BONITILLOS ESA ES LA VERDAD.

Anónimo dijo...

LINDO....