24 marzo 2013

Aceite de hígado de bacalao


Había dos cosas que convertían a mi abuela Atlántida en un felino, capaz de atraparme como a una presa por más que yo tratara de huirle. La primera era la línea del tren. Si ella me sorprendía jugando más allá del andén, se transformaba en una máquina de caza de la que nunca logré escapar.
Una vez me encontró sentado en el chucho del ramal Cumanayagua, haciendo cuentos con el Chiqui, Norberto y Wilita. Ya pasaba de los 65 años y la artrosis le había inmovilizado un brazo. Pero todo eso fue muy poca ventaja para mí. Al final acabé con el tatuaje de un chancletazo. En mi muslo, con toda claridad, se leía: "Caribe 4½ / Empresa Consolidada del Plástico / Hecho en Cuba".
Pero nada la hacía más veloz que la hora de darme la cucharada de aceite de hígado de bacalao. Jamás logré burlarla ni hacer que desistiera. Siempre había un mueble, una puerta o unos balaustres que me hacían perder aceleración y justo ahí se me abalanzaba Atlántida empuñando aquella terrible cucharada.
Luego fue mi hija Ana Rosario quien padeció mi persecución. Durante años la hicimos pasar por la misma experiencia. Aunque en su caso el trago fue mucho menos amargo. Ella al menos podía elegir entre varios sabores: naranja, fresa, frambuesa…
Ayer Diana acabó desesperándose con la falta de apetito de María. Salió con las manos en la cabeza y regresó con un frasco de Emulsión de Scott. Cuando ya parecía imposible que la niña se tragara el líquido viscoso, le conté mi historia con Atlántida.
Con una risa a la que le faltan dos dientes, cerró los ojos, se tapó la nariz, apretó y tragó. Hoy, a la misma hora, me pidió que le repitiera el cuento. La certeza de que yo pasé por lo mismo cuando tenía su edad al parecer la consuela en algo.
Es raro, pero el hombre del bacalao a cuestas nunca aparece en ningún resumen de ogros. Al parecer llega un momento en que le perdonamos tantos tragos amargos. Al final su antigua estampa y el enorme pez que lleva en su espalda dejar de sabernos mal para convertirse en nostalgia, en una risa a la que en algún momento se le volverán a caer los dientes.

7 comentarios:

Emilio García Montiel dijo...

El hombre con el bacalao a cuestas; así le decían.

Veronica Cervera dijo...

Aquí en Walgreens tienen una sección con todas esas medicinas de nuestros pueblos.

Mario Dávalos dijo...

Asere, uno de los mejores post de tu blog.

Unknown dijo...

Eso mismo, "dejan d sabernos mal para convertirse en nostalgia". Eso pasa con un montón d cosas del pasado.

Ana Tania dijo...

Ese maldito sabor, está en la memoria de muchos de nosotros; pero con qué dulzura lo recordamos casi todos...

Kundejo dijo...

Sabia a rayos, pero el cuerpo se te curaba solo pa no tener que procesar esa sustancia en largo rato. Ahora el Aceite viene en capsulas y es facil de bajar, pero si te viene un erupto te vas a acordar de las cucharadas Atlantida por seguro. :)

Lagarto Verde dijo...

Si supieras que cada vez que veo este anuncio me acuerdo de mi abuela porque como todo niño me tragaba los chicles y ella nos obligaba a tomar par de cucharadas. Desde entonces lo asocio con ella y no he mascado más chicle. Te mando un saludo