04 octubre 2014

La vida de los objetos

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

En 2011, a las pocas de semanas de conocernos, Diana Sarlabous y yo hicimos un largo viaje por el interior de Cuba. A ella se la habían llevado a los 5 años y yo decidí marcharme a los 33; entre los dos acumulábamos medio siglo de ausencia en nuestro país.
Ese viaje fue clave para que nos reconociéramos a nosotros mismos. Atravesamos la isla entera. Ella me enseñó el lugar de su infancia y yo le presenté todos los sitios donde había dejado algún recuerdo importante.
Fue así que comenzamos a acopiar las cosas que le darían sentido a nuestra futura casa. Un cartel de cine le dio nombre: El Bohío. Algunas obras de artistas de mi provincia comenzaron a llenar paredes que aún no sabíamos cómo serían.
Uno de los libros más fascinantes que he leído es 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff. En apenas 126 páginas, se reúne la correspondencia entre una escritora de Nueva York con los empleados de una librería en Londres. Cada pedido y cada envío se convierte en una inolvidable lección de vida.
En un momento, en que le envían a Helene un libro que había deseado leer por mucho tiempo, escribe conmovida: “¡Qué mundo tan extraño éste nuestro, en el que uno puede adquirir para toda la vida algo tan hermoso…, por lo que cuesta una entrada al cine (…) o por la quincuagésima parte de lo que te cobra un dentista”.
Hace unos día, Diana tuvo la necesidad de escribir la historia de una botella. Ella la había comprado en Barcelona hace años, cuando vivía en esa ciudad. Era de cristal de Bohemia y le había costado apenas 10 dólares en una joyería de San Cugat del Vallés.
“Por alguna razón inexplicable, decidí aprovechar la oferta. Al llegar a casa la llené de ron dominicano. Durante 15 años el ron se mantuvo intacto en la botella. En 2011, cuando construí un nuevo hogar, rescaté mi botella de cristal de Bohemia”, puso Diana en su bitácora.
Después de cofesar que la botella sigue llena de ron (aunque ahora el Brugal Extra Viejo apenas dura semanas), tiene la necesidad de contar cosas más íntimas del objeto: “Ha perdido un pedazo, pero sigue siendo una bella botella de cristal de Bohemia. Solo que ahora hay una gran diferencia, está viviendo la vida para la que fue hecha”. 
A Helene Hanff le sucedía algo muy parecido con sus libros. No los mandaba a pedir a Londres para que adornaran su casa (vivía en un reducido apartamento donde no había nada que presumir), sino para entablar con ellos una relación que nada más en el mundo era capaz de lograr.
Por eso en nuestra casa tratamos de que cada elemento que nos rodea tenga realmente que ver con nosotros. Nos importan poco las modas o las tendencias, preferimos que cada cosa tenga sentido, desde una gran piedra traída de Montecristi, hasta las obras completas de Thoreau.
Pocos días después de que Diana contara la historia de la botella, un golpe de viento levantó las cortina de la sala. Cuando sentimos el golpe sospechamos lo peor. Por eso, todavía sin mirar, parafraseé en voz alta un verso de Joaquín Sabina: “¡Si hay que romper cristales, que sean de Bohemia!”.
Como la conservamos en fotografías y Diana fue capaz de contar su historia, la botella sigue siendo parte de nuestros objetos. Aún es capaz de llevar en su interior la vida que estamos compartiendo desde septiembre de 2011, cuando volvimos a Cuba para encontrar nuestro origen y empezar a construir el nuevo sentido.

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