(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Aunque
la muerte del periodismo ya ha sido anunciada y todos señalan a las redes
sociales como el autor material del hecho, a veces los propios periodistas se
convierten en cómplices y hasta en autores intelectuales. Una prueba de ello es
la más reciente edición de la ¡Hola! en España.
Para
que todos nos enteráramos por su portada, los editores adelantaron la salida de
la revista: "Isabel Preysler y Mario Vargas. Las imágenes que confirman la
relación". Incluso en un medio de meros chismes y puro sensacionalismo, el
autor de La casa Verde se merecía un titular más creativo.
Pero
hay algo peor, quien escribe los pies de fotos y el texto que acompañan a las
pacatas imágenes no da ni una prueba de haber leído nada de Vargas Llosa. Con
un simple repaso de uno de sus últimos libros, Travesuras de la niña mala, le
habría podido dar el toque perverso que semejante chisme precisaba.
Lo
tenían en bandeja de plata, porque no solo se trata de Mario Vargas Llosa, uno
de los mejores novelistas de la literatura universal y Premio Nobel, también se
trata de Varguitas, aquel jovencito de 19 años que huyó de su casa con su
propia tía, que ya era divorciada y tenía 29.
Como
si esto ya no fuera suficiente, después dejó a su tía por una prima hermana,
quien fue su esposa hasta que Isabel Preysler flechó el corazón de adolescente
que aún conserva don Mario. En fin, que es una verdadera pena que fuera ¡Hola! y no Babelia o Letras Libres quienes nos dieran la noticia del affaire.
El
escritor Abilio Estévez no pudo evitar referirse al tema en su muro de
Facebook: “En ‘Sálvame’ hablan de Vargas Llosa. Y ahora, ¿cómo se sienta uno a
leer Conversación en la Catedral?”. Justo debajo de su post, alguien colgó
una entrevista a Umberto Eco.
"El
drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador
de la verdad. Las redes sociales le dan derecho de palabra a legiones de
imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin
dañar a la colectividad”, aseguró el autor de El nombre de la rosa.
Hay
algo peor aún y es cuando los medios de comunicación tratan de emular a las
redes sociales pidiéndole a los tontos del pueblo y a los imbéciles que
produzcan sus contenidos. Eso, aunque parezca contradictorio, me da cierta
esperanza, porque al final estaremos tan saturados de tanta bobería, que
sentiremos una necesidad natural de recuperar la inteligencia.
Gracias
a mi sentido común, he desarrollado una unidad de medida para saber a quien
sigo en Twitter. Primero, leo 10 tweets, olfateo su inteligencia y su gracia.
Luego, miro el número de seguidores; cuando es excesivo, de inmediato sospecho.
Muy pocos pueden alcanzar los 100 mil seguidores sin decir por lo menos cinco
estupideces al día.
Ahora
llegó el momento de ser honesto y confesar algo muy importante. Por primera vez
en mi vida tengo algo que agradecerle a una revista del corazón. Las fotos de
Varguitas con Isabel me han dado deseos de releer a Vargas Llosa, de volver a
ese tiempo remoto en que yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una estación
de trenes. Entonces, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el
escribidor y Los papeles de don Rigoberto me ayudaron a ser muy precoz y
atrevido.
Por
eso es que Umberto Eco tiene razón. Si antes de perseguir a Varguitas hubieran
leído a don Mario, la historia habría quedado deliciosa, mucho más excitante.
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