“Soy
Manuel Antonio Noriega, el último general de la era militar…”, así se presentó
el exdictador panameño en una repentina aparición televisiva. Desde la cárcel,
con el pelo engominado y la voz firme (como si aún estuviera en condiciones de
seguir dando órdenes), pidió perdón.
Al
parecer quienes le asesoraron en este inusitado acto de humanidad le impidieron
que improvisara. “En cualquier respuesta de la pregunta que haces me estoy
saliendo de la solemnidad que, ante el altar de mi conciencia, he venido hoy a
expresar lo que es el perdón”, le aclaró a su interlocutor.
Lo
que leyó estaba escrito a mano, quizás de su puño y letra. A pesar de que era
un texto muy breve (no llegaba a las 100 palabras), no se atrevió a pararse
delante del micrófono si él. Llama la atención que, tratándose de un hombre tan
elocuente, fuera incapaz de aprenderse la palabra perdón de memoria.
“Yo
cierro el ciclo militar, como el último general de ese grupo, pidiendo perdón
como comandante en jefe y como jefe de gobierno (…). Pido perdón a toda persona
que se sienta ofendida, afectada, perjudicada o humillada por mis acciones o
las de mis superiores en el cumplimiento de órdenes o las de la de mis subalternos
en ese mismo estatus”, fue todo lo que dijo.
Felicito
al pueblo panameño, porque logró algo que los cubanos es improbable que
tengamos: el perdón de los tiranos que dividieron a nuestras familias y
arruinaron a nuestra nación. Aún cuando tampoco logren aprendérsela de memoria,
nos merecemos oírlos pronunciar esa palabra.
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